sábado, 12 de mayo de 2012

Domingo

Soy una chica que se renueva cada fin de semana. No tengo escamas, ni me envuelvo en una crisálida, solamente la piel muerta que se cae de mi cuerpo para convertirse en polvo. 


Pero mis ojos, mis ojos  se transforman. No cambian de color o forma, mi miopía se queda intacta, puede decirse que no pasa nada, son pequeños destellos cuando miro al vacío. 


Es difícil notarlo, cuando cambias estas en presente pero sólo en el futuro, mirando al pasado puedes notar aquellos detalles que antes no te caracterizaban.


Esto me sucede cada semana, me encuentro un domingo, descubriendo que no me saben igual las cosas:  el orgasmo ya no se libera a gritos, que el bailar no necesita música, una carcajada nace con más dificultad, el olfato se hace selecto, el alcohol te va cansando, los excesos te exceden,  las caras amigables se reducen aunque muchas nuevas aparezcan,la sorpresa se hace sorprendente,  los recuerdos se aglomeran, empujándose para siempre ser recordados, el deseo se hace más fuerte entre menos lo obtengas, la soledad te hace más pesado el cuerpo, te das cuenta de que el tiempo pasa más rápido y los miedos al futuro se hacen tangibles.


Lo que me gustaría  cambiar es justo lo que es inmutable, un molde del cual no puedo escapar; un molde impenetrable, creado a la medida el cual tiene forma de las letra de mi nombre y el fondo es mi pasado. 


Todo esto el domingo pasado no lo sabia. Mi conciencia se cansa de tanto cambiar, estoy aferrada a no perderme, cayendo en una negación que me termina cambiando por completo, perdiendo así, el camino recorrido, quizás más atrás. El cuerpo se va pudriendo hasta reconstruirse en un ser diferido con mis nombres y apellidos.




 Y ya puedo identificar otro cambio, por que le tengo miedo a que llegue otro domingo

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