jueves, 29 de septiembre de 2011

La muerte es para los vivos

No me gusta sobre-vivir de recuerdos, no me gusta llorar en las noches por fantasmas del pasado.Soy de las que se queda callada y no duerme por las noches, cada minuto es una lagrima guardada.
   Salir de mi casa aveces me cuesta trabajo, quisiera detener el tiempo, pero a el no le importa lo que piense, sigue y con cada minuto transcurrido, agradezco que mi deseo no sea cumplido.
  Que buen sexo me hubiera perdido, ver mis dientes pudriéndose por cada cigarrillo consumido es un placer que no me cansaría de admirar.
  No sé bailar, contonearme sin ritmo es lo que mejor se hacer.
  -¡Hola!- le dije con armonía al oído.
  -Eres mía, digas lo que digas- asevero apretándome la cintura.
  -Lo seré, pero ahora déjame engañarte-
  -Anda, ve libre, aquí te espero... termina de jugar-
  ...
  Deje mis labios marcados en su tarso pómulo izquierdo.
  -Tengo poco tiempo, asómate a mi entrepierna... ¿Como dices que te llamas?
  -Hades...

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Lucio/Lucía



Es un prenombre romano, muy frecuente en la época clásica, sobre todo en su forma masculina (Lucio). Está emparentado con la palabra latina lucem, que significa luz y que instintivamente relacionamos con el verbo lucir.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Triple siete (parte 1)

Entre pasillos bien alumbrados, pisos alfombrados con formas geométricas de color rojo en fondo beige, ante la puerta de mi habitación frente al número doscientos quince, donde el dorado había perdido brillo, ahí, saque el arma.
Hace dos semanas agarre mi destartalado automóvil, en dirección a… algún lugar. Empaque botellas de alcohol, cerca de veinticinco cajetillas de cigarrillos, dos cajas de aspirinas y una sombrilla, quizás llueva.
Manejaba borracho, dormía entre vomito, mi cuerpo temblaba cada mañana, en el quinto día aparque el armatoste en una fonda de paso, una camarera grasosa con mucho maquillaje se acerco con una sonrisa llena de asco, antes de atenderme, me advirtió que no recibiría la orden hasta demostrarle que tenia capital para consumir, de mi billetera tire un cien al adoquinado…
Toda la comida me supo a vomito rancio, pero el café logro despertarme, sin darme cuenta hablaba con un hombre, o bueno, el hablaba conmigo.
Mis dedos sostenían un tabaco, el humo lastimaba mis ojos, pero solo así, podía mantenerme sentado sin vomitar. Quería irme, el hombre balbuceaba, su aliento era peor que el mío, vestía un traje barato color verde, era viejo, había varías manchas en su pantalón,  este le quedaba tan zancón que podía ver sus calcetines negros con rombos blancos, llevaba una camisa amarillenta y una cruz de plata alrededor de su cuello; unas grandes entradas intentando ocultarse tras cabello prestado, su gran papada se columpiaba al final de cada frase. No prestaba cuidado a lo que hablaba, pero gozaba observar la mancha oscura en su incisivo izquierdo, pasado algún tiempo, cerró la boca, sentí su mirada esperando una respuesta a una pregunta sorda.
-¿Qué dices mano?
-Ammmm…- Me sentía tan desubicado, preste tan poca atención, que apenas reconocí el tono de su voz, asentí dudoso con la cabeza.
-Vientos, ¿Salimos ahora? Nos iremos en mi camioneta, deja tu chatarra o no te dejaran entrar, me llamo Gastón, ¿Tu eres?...
Me siguió hasta el auto, ayudo con mi maleta, antes de dejar las llaves puestas revise minuciosamente entre la suciedad: encontré varias monedas, fotografías rotas, botellas, latas, tres destapadores y dos encendedores, abrí el maletero, saque mi Walther 22 y una pequeña maleta, con todos mis papeles.
Gastón me esperaba, ya sentado en su silverado color plata, camine lento, justo con el sol saliendo a mi espalda, me di cuenta de que quizás lo que esté haciendo sea un error, pero  no tenía mejor lugar a donde ir, al menos el tiene un plan, al menos si muero, no será a manos de un completo desconocido.
El camino fue tortuoso, al menos para mí, la cruda se negaba a pasar, ni siquiera después de media caja de aspirinas, Gastón encendió la radio y no dejo de cantar country, me conto que vivió quince años en Texas, se fue de mojado a los veintidós, dejando a su mujer en el estado de México con dos hijas, al llegar a los Estados Unidos, olvido por completo el poco amor que le tuvo, encontró fácilmente un trabajo, el cual le daba tiempo suficiente para embriagarse cuatro días a la semana, consiguió la nacionalidad casándose con “Linda” una señora viuda de los suburbios, estuvo con ella casi tres años, hasta que murió, gracias a esa relación tuvo varias amistades, con los que aun tiene contacto.
-Como te decía, vamos al casino de un amigo, está cerca de la frontera, falta poco, pero antes iremos a un motel, a que te des una ducha y compres algo de ropa, con esa pinta no pasaras del portón y a mí me pondrán en la lista negra por traer a alguien sin dinero -Gastón detuvo la camioneta y apago la radio, su mirada era dura… -por cierto, ¿Tienes efectivo?
-Sí, tengo algunos ahorros en mi maletín, los de toda mi vida.
Sin decir más estuvimos doce horas en carretera, nos quedamos en el motel “Quinta Inn”, pasamos ahí la noche, en la mañana buscamos una tienda de ropa; compre algunas playeras, calcetines, ropa interior y un pantalón de pana café. Hablamos poco, cuando preguntaba por mi historia, me limitaba decir – es largo de explicar-.
Estábamos cerca de la frontera, cuando le mencione que no contaba con visa, a lo cual Gastón soltó una gran carcajada, a los pocos metros se desvió hacia la izquierda, un camino que levantaba considerable cantidad de tierra, así durante una hora, a lo lejos se veía un edificio alargado color blanco, el sol le daba un brillo extraño, en medio del desierto, llegue a pensar que era un espejismo muy elaborado.
Casi en la entrada dos hombres nos impidieron el paso, Gastón mostro una tarjeta que tenía en el  maletero, preguntaron quien era yo, a lo que Gastón respondió - Un amigo, es de confianza-.
Entramos, después de un pequeño jardín estaba la recepción, Gastón pidió dos habitaciones “como las de siempre”, estaba algo confundido pero preferí dejarme llevar. Tenía la habitación doscientos quince, ahí el tipo del traje barato se separo de mí, antes de entrar al elevador me grito: -Nos vemos en el casino-, haciendo un ademan de despedida con la mano, sin siquiera verme.
Vi mi llave en la mesa de la recepción y aun botones con mi maleta. Ya en el segundo piso, había dos pasillos alargados, el botones me indico a la derecha, lo seguí  mientras observaba las imitaciones de pinturas famosas que estaban en las paredes, me hicieron entrar en recuerdos que intentaba evitar desde la semana pasada, lo cual me hizo chocar con el adolecente, vire mi rostro hacia la derecha y ahí estaba el número doscientos quince en letras doradas, introduje la llave, una brisa seca llego de golpe a mis pulmones.
Dormí casi todo el día, pase muchos días durmiendo en mi carcacha roja, la cama del motel era dura y de olores raros, después de tanto tiempo, pude dormir en una buena cama. No desperté hasta el día siguiente y no me levante más que para pedir  comida al cuarto en dos días más. En el tercero, a las seis estaba ya en la puerta del casino, con los bolsos llenos de cambio.