jueves, 10 de febrero de 2011

El mundo se termino en viernes.

Acostada sobre la cama, jugueteando con la sombra del humo, que se dibujaba gris sobre la luz amarillezca de una lampara proyectada en la pared blanca de un cigarrillo apunto de consumirse, pienso en ese día tan ajeno a la cotidianidad, el día que te conocí. Cuando lo recuerdo mi mente lo traduce siempre en tonalidades opacas y difusas.


Llegaste sola, con el frío citadino impregnado a tu cuerpo desfragmentado. Nosotros alrededor de un banquillo sobre el cual estaba un cenicero redondo y metálico, lleno de colillas cenizas y alcohol derramado, cada uno con vasos medios llenos, medios vacíos, mirándonos a los ojos de vez en cuando, con las comisuras de los labios bailando al compás de la embriagues. La música de fondo distraía mi mente, me hacia querer beber más.


Antes que nadie, vi tu sombra detrás del cristal, delgada y larga. Tocaste pasmosamente tres veces, como si fuera tu número de la suerte, "Pat", con una canción trabada alrededor de su lengua salto de la silla azul para dejarte entrar; las luces se volvieron sombras, lo único que con seguridad pude distinguir fue la mitad de tus labios rojos, carnosos, entreabiertos. Tu mentón definido, delgado donde un lunar se posaba del lado izquierdo. 


Por un momento, toda mi borrachera, se fue al corazón, caminaste hacia mi, sentía tu mirada, mis ojos se esforzaban por enfocar mas de ti entre las penumbras de mi intoxicación. Te deslizaste poco a poco hasta estar obscenamente cerca de mi, extendiste una mano rolliza de dedos chatos y un eco retumbo por todo mi cuerpo "Renata y tu?" , mi mano derecha por impulso se levanto con movimientos robóticos, en el momento de estrechar por completo nuestras manos, la música regreso como un choque eléctrico a mis tímpanos las luces quemaron las corneas clavadas en tus ojos que ahora se veían negros, cristalinos y profundos. Todos reían nerviosos, al ver mi rostro.


Te sentaste junto a mi, tus labios reflejaban una sonrisa natural y sincera. Mi fría mano izquierda me hizo recordar la bebida embriagante que esperaba ser consumida por mis labios, temblando, la tome con las dos manos y separe mis ojos de tu cuerpo oculto por un vestido verde entallado, le dí un gran trago, calentó mi cuerpo rígido y  me desparrame a lo ancho del asiento, la música siguió su curso, las habladurías banales delante mió envenenaban el momento de placer, que parecía interminable, memorial. 


Termine mi trago sonreí satisfecha hacia un punto perdido, segundos después busque las botellas de alcohol entre mis piernas, me serví casi la mitad del vaso y antes de poder darle un certero sorbo te vi aún mirándome, sorprendida, el rojo invadió mi rostro, de nuevo tu mano extendida pero esta vez con un vaso esperando el choque - SALUD- dije.


La noche transcurrió normal para los demás que estaban alrededor del banquillo, pero tu y yo iniciamos una conversación silenciosa, intima y prolongada. Temíamos romper la privacidad de nuestro romance con el tacto, gesticular palabras solo nos llevaría a mentiras comunes e irreparables, posaríamos mascaras sobre nuestras almas secando pasiones, lo llamaríamos amor. Nuestros ojos abrían la entrepierna más profundo que cualquier lengua, dedo o pene, nuestra imaginación hacía conocernos mejor que cualquier biografía escrita, nuestros cuerpos inertes, frente a frente llegaron a  ser uno esa noche; saboreamos cada rincón de el, llegando a un orgasmo en espiral.


Pero con el amanecer nuestros ojos cansados cerraron los ojos, el ultimo suspiro de placer se llevo lo que por toda una noche fue nuestro, regresamos a la música de fondo y las risas ocasionales con olor a alcohol. Eramos una célula que imploraba invertir la mitosis. Te levantaste, el vestido verde pegado a tu cuerpo había perdido brillo, hiciste una seña con  la mano. Ni siquiera intentamos buscarnos.


Te recuerdo como una cruda, opaca, difusa y dolorosa.