domingo, 21 de agosto de 2011

El cuarto de un cualquiera



Vivo en un gran cubo  lleno de polvo, diría que es blanco pero la pintura ya está algo gastada. Unas grandes cortinas cubren el quemante sol, aunque al calor le es fácil entrar.

La cama es individual, pero pueden entrar perfectamente dos cuerpos, odio tender la cama y en las épocas de calor me duermo con una ligera sabana sobre la cama tendida. Duermo poco y solo de noche, muy de noche. En las tardes me ayuda a pensar estar acostada, mirando al techo moteado, jugueteando con las manchas extrañas que hay en mi retina.

Me gusta tener varias almohadas: para leer, para dormir, para abrazar, para taparme del sol y no despertarme hasta entrado el día. No cambio muy seguido las sabanas, es más por flojera que por suciedad. Tengo dos colchones uno muy duro, el otro es extremadamente suave; solos no sirven más que para que se queden por lo menos cuatro amigos en las pachangas que suelo hacer en mi casa, pero juntos esos dos colchones hacen la cama perfecta. Tengo un sillón-cama, según para poder leer más a gusto, pero siempre termino durmiéndome.
Usualmente me tardo en dormir, no importa cuántas ovejas cuente,  siempre término más despierta, por que las sabanas de pronto me pican, escucho los ruidos de la calle o mi subconsciente crea ruidos, sombras, temores y ansiedades contenidas en el frasco de lo cotidiano se destapa y las dispara llenando el cuarto. Ya no sé si es real,  o en un momento pasare a una pesadilla espantosa. Siempre estoy demasiado despierta para descansar y muy dormida para responder o disfrutar.

Mi cama se encuentra pegada a la puerta y siempre hay la suficiente luz para despertarme, pero esta la solución  en voltearme a la segura y oscura pared; amo dormir de lado y justo en medio de mi cama.

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