lunes, 4 de junio de 2012

Ojos miel

Lucha estrepitosa, empujones y codazos de señoras queriendo entrar a como de lugar al tren o solamente la mirada vacía de los que llenan el vagón, mirándote sin nada, esperando a que la puerta cierre la incomodidad.; prefiero subirme a un pesero entre la lluvia, bajarme en eje central y caminar al metro doctores.

Después de introducir mi boleto y despedir a mi amiga, saco un libro de mi bolsa, comienzo a hojearlo, camino hacia el área de mujeres. El tren llega, corro unos metros para alcanzar un vagón con espacio, se abren las puertas, me decido sin pensar, él esta ahí.

Al principio, como todo, nos vemos sin vernos, un extraño que ve a otro, cara a cara nos olvidamos, extiendo mi libro en la página 73, sigo mi lectura. Tururú, se abren las puertas en otra estación, un empujón, dos empujones, un movimiento involuntario hace que mi mano toque su brazo, incomoda, me separo deprisa y sin verlo. Siguiente estación, la escena cambia de cuerpo, aunque su movimiento se vio voluntario, sus dedos tardan en separarse; lo veo inquieta, baja la mirada disimulando, intentamos movernos ante la cercanía penosa e inconveniente, aunque cada movimiento irremediablemente hace que nos acerquemos y choquemos nuestros cuerpos. 

Tururú, tres estaciones paso ignorándolo, una vergüenza atrayente me impide voltear, siento su mirada penetrante, dolorosa que me otorga un placer a cuentagotas, ese placer de atracción  al ignorar todo, excepto los cuerpos, el metro avanza lento por las lluvias atemporales, el calor aumenta y a cada estación entre codazo y acomodo, terminamos a unos cuantos centímetros de distancia. El libro me separa de su rostro, cuando no me ve, lee un papel gastado, una publicidad de la UNAM. 

Al no sentir su mirada fija en mi lo observo su tupida barba oculta su edad, tiene una espinilla que puede pasar como lunar en la mejilla izquierda y unos ojos color miel enmarcadas por unas pestañas cortas y caídas. Voltea, volteo, desviamos la mirada, voltea, volteo, mirada fija, mirada fija, desviamos la mirada y sonrisa temblorosa. 

Me encuentro a la mitad del camino, mientras intento descifrar en que estación nos encontramos atascados, siento sus dos manos apretando mis caderas, no me sorprendo, volteo despacio y dejo la mirada perdida hacia el fondo del vagón, el sigue con sus dedos oprimiendo mi carne, se cierran las puertas y el tren avanza, lento, caótico. Me dejo ir al bamboleo de sus manos, a pequeños enfrenones, nuestras caderas chocan, su mejillas se sonrojan, sus labios se comienzan a abrir dejando ver sus dientes blancos aunque fuera de su lugar común - lindos colmillos, pensé- un sonido hueco, casi inaudible salio de su boca, con la mano derecha, la  que no sostiene mi libro aun abierto, le hago la señal de silencio. 

Una estación, dos estaciones, tres estaciones, más gente, más juntos, veo sus labios temblorosos y sudor en su frente, sus pupilas dilatadas, yo con la misma mano que lo silencie acaricio su pierna y su brazo izquierdo. El vagón se oscurece y denota la luz artificial de los focos fluorescentes. Sonrió y me separo de sus dedos engarrotados, no dice nada, me observa. Las puertas se abren y la ultima mirada opaco el color de sus ojos, ya fuera lo veo de cuerpo completo y una enorme erección nada pudorosa se despide de mi.



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