miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un ojo entre las cortinas

Las casas se construyen de una manera específica. De niña me imaginaba que las casas se encontraban de lado, así en vez del zaguán o la puerta, veíamos el techo y el patio de todas las casas, obviamente la imaginación le ganaba a cualquier ley de física...

Una casa normal, con un zaguán negro al frente que impedía a cualquier ojo ver el patio, una casa al centro de la calle, las casas que la rodeaban se encontraban adornadas; el día de la independencia se acercaba y todos se sentían unidos a un sentimiento no muy homogéneo. La casa al centro de la calle, contaba con una bandera escuálida  vieja y tristona en el techo, "la de toda la vida" cuchicheaban algunas vecinas al pasar.

Sus habitantes eran los fantasmas de una familia que pudo ser feliz y que ahora se conforman con quererse por convivencia. Se aparecían de noche, las luces de la casa permanecían prendidas hasta largas horas de la madrugada pues el sueño rara vez llegaba a tiempo, aunque al despuntar el día todos los integrantes se marchaban. Nadie sabía que pasaba en esa casa aunque no era una intriga constante; a cada vecino le surgía la duda cuando pasaban por aquel zaguán negro, olvidándose de todo aquello al dejarla atrás. Una pequeña duda morbosa que nunca invadió una conversación o reflexión alguna.

Así pues, los vecinos no metían sus narices en la vida de los habitantes del zaguán negro y ellos en aparente agradecimiento pasaban indiferentes a su lado, sin causar mayor estupor más que un "buenas noche, hola que tal" o una sonrisa sin miradas cuando se encontraban en la tienda o el mercado.

Una noche, se escuchó mucho movimiento, uno de los vecinos de la casa contigua y con acceso privilegiado a la vista interior de la casa, husmeó entre las cortinas -pensaba que todo era más interesante que ver a su hijo jugando vídeo juegos o a su esposa probándose un vestido dos tallas más chico-. Ya instalado observó que todas las luces estaban prendidas pero las sombras se concentraban en un cuarto de la sala de abajo, clavo su cara al vidrio para poder obtener una vista más cercana, forcejeo con sus ojos para que lograran traducir el contoneo de sombras.

Después de algunos minutos, el vecino pretendía el interés curioso, aburrido por no ver nada y sintiendo un poco de vergüenza ante su acto infantil, separó su nariz del vidrio calentado por su piel, cerro bien la cortina, pensando que con ese acto daría por terminado su pasatiempo. Quito de una orden a su hijo del sofá comprado a meses sin intereses y prendiendo su pantalla plana comprada en el "buen fin" del año pasado, con la intensión de olvidar cualquier cosa de la casa con zaguán negro.

Una lastima que el vecino desistiera pues una de las sombras que observaba salió al patio, caminando a tropiezos, dejando un camino de vomito hasta hacer una aparatosa caída, golpeando su cabeza en el piso de cemento. En ese momento las luces de abajo se apagaron al mismo tiempo. De la puerta de la cocina salió un perro mediando que fue directo al cuerpo, olfateándolo con ansiedad para después comer los rastros de comida adicionada con ácidos gastricos, que el joven cuerpo había dejado tras de sí.

Ahora me alegra que los patios no se vean de frente.

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